En aquel puerto donde entraban y salían barcos, los dos
sentados en una de las rocas que había en aquel sitio que se había convertido
en el sitio favorito de los dos. Un bonito atardecer acechaba por el horizonte
y unas miradas inocentes se cruzaron. Separados por centímetros. Ella con la
voz entrecortada y soportando ese nudo en la garganta le miró y él le sonrió. Ella
se armó de valor y se lo dijo.
-
¿Sabes? Vengo y voy. ¿Me esperarás?
-
Toda la vida.
Y ellos se prometieron un para siempre, sin saber en lo que
se metían.